Esta maravilla de artículo de Elvira Lindo publicado el domingo (http://www.elpais.com/articulo/opinion/culpa/elpepusocdgm/20100328elpdmgpan_2/Tes) me sirve de punto de partida para empezar a hablar de la educación de nuestros niños, tratando de buscar las raíces de algunos de nuestros males actuales.
Estoy haciendo memoria sobre los tres años de mi hija en infantil y los dos que ya lleva el otro, y voy recordando bastantes cosas que he visto y que no me han gustado. Sin embargo me doy cuenta de que las docentes que han tenido han sido y son unas profesionales de tomo y lomo. Es cierto que el sistema puede estar mejor o peor, que podemos discutir si hay que dar la religión en clase o en casa, osi se pasa de curso con uno, dos o más suspensos, pero como punto de partida tengo que decir que mis hijos han tenido suerte con sus maestras.
¿Donde empiezan los problemas? Pues en los padres, claro está. Ya he dicho en algún otro lado que en las tribus africanas se tiene muy arraigado el hecho de que la educación es cosa de toda la tribu. Sin embargo, en la "civilizada" España no parece considerarse así.
He visto a muchos padres dejar toda la educación de sus angelitos en manos del colegio, ya que ellos están exclusivamente para los caprichos de la criatura, para sobreponderarlos y sobreprotegerlos, como menciona Elvira en su artículo. (Por cierto, perdón a quien se sienta ofendido por el lenguaje sexista de usar la palabra padres y no el habitual padres/madres, o el igual de sexista madres, pero es lo que me enseñaron). He visto a otros discutir la autoridad del profesor porque está regañando a sus hijos por algo tan obvio como no seguir las normas del centro. He escuchado a padres poniendo a caldo a la maestra de mi hija por ser muy seria y no tratar con más cariño a los niños. ¡Pero bueno, si yo lo que quiero es que les enseñe, no que les de cariño que de eso ya me encargo yo!
Y, por favor, no estoy hablando de que quiero que nuestra escuela sea uno de esos antiguos internados religiosos con castigos corporales y temor en los alumnos. Sólo creo que si no empezamos en casa a ponderar la labor del docente, a respetarlo como se merece quien es un transmisor de conocimiento y a colaborar con él en la tarea de formar a nuestras futuras generaciones, jamás lograremos de nuestros niños el respeto y admiración con que se debe recorrer el arduo y sinuoso, pero a la vez gratificante, sendero del conocimiento.
Cuando nos hayamos concienciado de que la tarea de educar está por encima de todo, y que todos los que están dedicados a ello deben siempre contar con nuestro apoyo. Cuando dejemos de darle la razón a nuestros hijos frente al profesorado, y volvamos a aquello de que "si el maestro te regañó, algo habrás hecho", sin que ello sea óbice para que comentemos con el profesor algo en privado cuando no nos guste. Cuando desterremos de nuestra sociedad esas actitudes despectivas con la docencia y seamos colaboradores y no rivales de nuestros maestros, entonces podremos empezar a hablar de la educación que queremos para nuestros hijos.
Yo ya he intentado ponerme a ello, a ver si voy consiguiendo apoyos para la causa.
Estoy haciendo memoria sobre los tres años de mi hija en infantil y los dos que ya lleva el otro, y voy recordando bastantes cosas que he visto y que no me han gustado. Sin embargo me doy cuenta de que las docentes que han tenido han sido y son unas profesionales de tomo y lomo. Es cierto que el sistema puede estar mejor o peor, que podemos discutir si hay que dar la religión en clase o en casa, osi se pasa de curso con uno, dos o más suspensos, pero como punto de partida tengo que decir que mis hijos han tenido suerte con sus maestras.
¿Donde empiezan los problemas? Pues en los padres, claro está. Ya he dicho en algún otro lado que en las tribus africanas se tiene muy arraigado el hecho de que la educación es cosa de toda la tribu. Sin embargo, en la "civilizada" España no parece considerarse así.
He visto a muchos padres dejar toda la educación de sus angelitos en manos del colegio, ya que ellos están exclusivamente para los caprichos de la criatura, para sobreponderarlos y sobreprotegerlos, como menciona Elvira en su artículo. (Por cierto, perdón a quien se sienta ofendido por el lenguaje sexista de usar la palabra padres y no el habitual padres/madres, o el igual de sexista madres, pero es lo que me enseñaron). He visto a otros discutir la autoridad del profesor porque está regañando a sus hijos por algo tan obvio como no seguir las normas del centro. He escuchado a padres poniendo a caldo a la maestra de mi hija por ser muy seria y no tratar con más cariño a los niños. ¡Pero bueno, si yo lo que quiero es que les enseñe, no que les de cariño que de eso ya me encargo yo!
Y, por favor, no estoy hablando de que quiero que nuestra escuela sea uno de esos antiguos internados religiosos con castigos corporales y temor en los alumnos. Sólo creo que si no empezamos en casa a ponderar la labor del docente, a respetarlo como se merece quien es un transmisor de conocimiento y a colaborar con él en la tarea de formar a nuestras futuras generaciones, jamás lograremos de nuestros niños el respeto y admiración con que se debe recorrer el arduo y sinuoso, pero a la vez gratificante, sendero del conocimiento.
Cuando nos hayamos concienciado de que la tarea de educar está por encima de todo, y que todos los que están dedicados a ello deben siempre contar con nuestro apoyo. Cuando dejemos de darle la razón a nuestros hijos frente al profesorado, y volvamos a aquello de que "si el maestro te regañó, algo habrás hecho", sin que ello sea óbice para que comentemos con el profesor algo en privado cuando no nos guste. Cuando desterremos de nuestra sociedad esas actitudes despectivas con la docencia y seamos colaboradores y no rivales de nuestros maestros, entonces podremos empezar a hablar de la educación que queremos para nuestros hijos.
Yo ya he intentado ponerme a ello, a ver si voy consiguiendo apoyos para la causa.